Hola a todos
En varios posts ya les fui contando cómo ha sido toda esta experiencia desde que compramos la casa en Ourense. Ya saben que es un lugar precioso, en una aldea diminuta donde casi todo parece de cuento, y también que tenemos dos vecinos maravillosos: Ricardo y Julieta.
Pero claro, no todo podía ser perfecto.
Desde que llegamos, varias personas nos venían advirtiendo sobre una vecina que era complicada. Que era rara, que tuviéramos cuidado, que no le gustaban los animales, que era mejor no cruzársela. Nosotros no la conocíamos porque, según nos dijeron, vive en Madrid y solo va algunas semanas al año a su casa de la aldea. Así que, durante los primeros tres fines de semana, no tuvimos noticias suyas.
Pero nuestro cuarto fin de semana en la casa nueva fue el momento de conocer a esta mujer, desgraciadamente.
Estábamos afuera, limpiando la fachada de la casa para ver si podíamos pintarla, y de repente se nos acercó. Se plantó frente a nosotros con una actitud entre autoritaria y amenazante, como si viniera a ponernos en nuestro sitio. Nos preguntó de dónde éramos (lo único que Diego alcanzó a responder) y a partir de ahí empezó un monólogo que no se detenía.
Que si no se puede pintar la piedra, que si la junta no se puede tocar, que si ese color gris no está aprobado por el Ayuntamiento, que hay unos colores específicos, que el perro no puede estar suelto, que dónde ponemos la caca del perro… Y así. Todo dicho con un tono que no dejaba espacio para el diálogo. Diego y yo nos quedamos tan anonadados por semejante despliegue de mala educación que ni le respondimos.
Tenía razón en varias cosas. La aldea es zona patrimonial y uno tiene que pedir permisos hasta para respirar. Hay que mantener una estética, unas normas, unos criterios. Pero hay formas y educación para decir las cosas, sobre todo cuando nadie te ha pedido tu opinión.
Si yo no te he pedido esa información, no tienes por qué venir a dármela de esa manera. Y menos insinuar que no recojo el excremento del perro cuando no has visto a mi perro haciendo sus necesidades. Una cosa es defender el patrimonio, otra es montar un interrogatorio absurdo basado en prejuicios.
Esa fue nuestra primera interacción con ella. Después, hablando con Ricardo y Julieta, entendimos que no fue algo aislado. Que no era solo con nosotros. Ellos han vivido años de acoso e intimidación por parte de esta señora, a pesar de haberse criado juntos. Julieta nos contó que ella, de niña, pasó mucha necesidad, que su familia era muy pobre, que pasó hambre. Pero en algún momento consiguieron dinero, reformaron la casa (una casa grandísima y espectacular, probablemente la mejor de la aldea), y desde entonces cambió. Pasó de ser víctima a ejercer poder de la peor manera posible.
Después de ese día, quedó claro que con esta señora hay que tener mucho cuidado. Que cualquier cosa que hagamos en la casa tenemos que hacerla con permiso, por supuesto, pero también sabiendo que hay alguien que espía, que observa, que está esperando el mínimo error para denunciarnos.
Así que yo ya tomé una decisión: si vuelve a acercarse, voy a empezar a grabar cada conversación. Porque el acoso, la intimidación y la coacción están penados por la ley. Pero para denunciarlo, necesitas pruebas.
Como siempre, en las historias bonitas aparece alguna sombra. Siempre hay alguien que viene a manchar la alegría. Y hay vecinos así, ya lo sabemos. Gente que, en vez de buscar ayuda psicológica, se dedica a intentar arruinarle la felicidad a los demás.